Mi hija de 5 años y ½ me alcanza un video y me dice que quiere ver “La granja”, una película de dibujos animados de Steve Oedekerk producida el 2006. La película comienza con una apacible escena del cotidiano de una hacienda en algún lugar del mundo. El granjero bonachón al dirigirse a su camioneta va dando de comer a sus animalitos y a su paso “conversa” con cada uno de ellos. Después aborda su viejo vehículo y se aleja del rancho bajo la atenta mirada de todos los animales de la granja.
Una vez que la camioneta desaparece en lontananza, los animales asumen postura bípeda y los pollos y cerdos parecen convertirse en seres humanos. Se puede ver una conversación acerca del “gran plan de trabajo” entre el burro del rancho y Otis un fornido cuadrúpedo un personaje inmaduro pero con timbrada voz masculina, motas blancas y negras en la piel y una gran ubre distintiva del ganado vacuno holandés.
Entre tanto vemos la película llega mi hijo de 15 años y se sienta para acompañar a mi niña que ríe con los personajes que se lanzan en una descabellada maniobra de surfistas sobre césped. Las risas se tornan en carcajadas con las locuras y diálogos ocurrentes de estos animales que vuelan a bordo de la tabla de surf en un salto similar a los que realizan los esquiadores desde inmensos toboganes de hielo para realizar vuelos de más de 100 metros de distancia.
La escena termina con un aterrizaje estrepitoso en medio de una junta de animales que están planificando una fiesta de la granja que requerirá disk j y toda la parafernalia que suelen requerir cualquier fiesta de jóvenes.
Mi hijo me pregunta: “¿son las vacas o los toros los que tienen ubre?” Y yo le contesto “las vacas”. Luego me dice: “entonces ¿qué hace ese toro Otis con una ubre?, ¿eso es un error?”.
Al percatarme que la pregunta suscita también el interés de mi niña, preparo una respuesta que dignifique mi rol de padre cultor de valores y derechos humanos. Hago una abstracción veloz para comprender qué quisieron hacer los creativos del filme y se activa en mi auxilio mi filtro de “ser tolerante”.
Lo primero que se me ocurre responder es “quizás sea una vaca lesbiana por eso el error”. En vez de unas miradas agradecidas por la respuesta, veo que los ojos de las 2 personas que tengo delante de mí se clavan en mi vulnerable humanidad, dejando en evidencia la insuficiencia de mi respuesta.
La emergencia además me hace pensar en la reacción que tendría la comunidad homosexual si se enteran de mi provocadora respuesta y de inmediato recurre en mi auxilio otro filtro “el del respeto” y formulo casi instantáneamente una especie de solución pacifista aclarando que "no se trata de un error, sino que estamos ante otra forma de ser y sentir".
Luego de una pausa de mis vástagos, advierto que mi adolescente hijo al ver a su turbada hermanita con cara de signos de interrogación más grandes que los molinos de Don Quijote, se lanza en mi auxilio y dice que: “Lo que pasa es que hay mujeres que quieren ser hombres y hombres que quieren ser mujeres”.
Luego de otra pausa veo que la niña se eleva al borde de un “quiebre epistemológico” y es el momento en que se me ocurre sugerir a la nena que preste atención a las boberías que los animalitos humanoides hacen y que cuando termine la película le podría explicar mejor la situación.
La sugerencia funciona, la niña se embarca otra vez en la historia, entonces dirijo mi mirada hacia donde estaba mi hijo para pedir auxilio pero sólo alcanzo a ver cómo el cobardito cruza velozmente el marco de la puerta para responder el mensajito de su celular.
Y heme aquí en mi posición de padre responsable, consecuente con los derechos humanos, formado en valores, militante del respeto y la tolerancia, tratando de construir una explicación para una niña de kínder, sobre quién es Otis el vacuno inmaduro con timbrada voz de varón y gran ubre de vaca lechera ¡antes de que acabe la película que mira mi niña!
Alejandro Cossío
Comunicador Audiovisual y Periodista